lunes, 1 de marzo de 2010

Un verdadero placer


Siempre, cada vez que me he enfrentado a la preparación de un exámen directa o indirectamente relacionado con la Historia, he seguido unas peculiares pautas para su feliz superación. Primero durante mi etapa en la EGB, con los controles que estimaba conveniente poner la profesora Concha, a la que felizmente también tuvimos por docente en las clases de Lengua. Segundo en BUP y COU, con las lecciones recibidas de Historia General, tanto de España como Mundial, desde la prehistoria hasta la contemporaneidad, el Latín y el Griego (lenguas clásicas que tanto tanto trabajo me costó aprobar) y la Historia del Arte. Y en tercer lugar, en la Facultad, en el primer curso de carrera con las asignaturas  de Historia del Derecho y Derecho romano.

Recuerdo que alguna vez me preguntaron sobre el truco que utilizaba para sacar grandes notas sin realizar grandes esfuerzos. No tenía ciencia. No era difícil. Sólo tenías que creer. Sí, creer. Creer en la historia y en ti mismo. Creer que habías sido parte de ella. Cuando lo lograbas, si además tenías algo de constancia, los resultados no se hacían esperar. Repito. La singularidad de la práctica llevada a cabo no consistía más que en creer. Ello llevaba después y casi consustancialmente ha vivirla y ha disfrutarla.


Si había que estudiar Roma, yo era un romano más, con casco y coraza, que espada en mano conquistaba territorios para el Imperio. O bien, era un ilustre componente del senado con su blanca y larga toga. O un valiente gladiador, o un humilde mercader...

Si había que estudiar la Reconquista, pues ahí iba yo, al lado del mismísimo Cid Campeador con mi caballo dispuesto a luchar contra los infieles...


Si había que estudiar la Edad Medía, apuesto, galán, hidalgo caballero o miserable, ruín y picaro hambriento, conquistador y navegante, espadachín aventurero o monje,  inquisidor curtido en intrigas palatinas o pobre siervo sometido a la volundad de su señor...


Si lo que habia que estudiar era una revolución, yo era un auténtico bolchevique ruso,  o un soldado napeleónico, o bien un ilustre y noble francés condenado a la guillotina o un campesino que toma la bastilla a la voz de Fraternité, legalité e igualité, o cómo diablos lo gritaran nuestros gabachos vecinos.

Tantas vidas imaginarias, tantas horas de batallas y de tratados, de guerras y paces... que me prometí que para revivir esas aventuras, ya no sólo iba a realizar esos viajes en el tiempo. En el momento en el pudiera llevarlos a cabo, realizaría también viajes en el espacio. Así que ahora, cada vez que me lo puedo permitir, me planto "in situ" en lugares en los que he sido testigo virtual de la historia.

Acabo de llegar de tierras leonesas. ¿Qué decir? ¿Qué contar?. Pués que me he sentido como un noble medieval, he vivido como un rey, he sufrido como un guerrero, he padecido como un campesino, he rezado como un religioso y he creado como un artista.

En esta ocasión, he realizado una magnífica ruta por León, Benavente, Toro y Zamora. Parte de la cuna del arte románico, tierra protagonista de la Reconquista, zona donde germinó gran parte de la historia de nuestro pais.

En León, he disfrutado de un espectacular alojamiento en el Palacio de San Marcos, he visto en persona la luminosidad y gama cromática de las vidrieras de su Catedral y he me quedado absorto con las pinturas del panteón de la Basílica de San Isidoro. Además de haber andado sus calles y plazas y haber admirado sus palacios y casas.

 

En Benavente he dormido en lo que en su día fue el emblemático Castillo de sus Condes, he visitado la ciudad en la que falleció el Santo Rey Fernando III y me ha servido de refugio de la tormenta perfecta la Torre del Caracol.



En Toro me he conmovido con la grandiosidad de la Colegiata de Santa María y la belleza de su pórtico y sacristía en la que la Virgen de la Mosca es protagonista junto a otros ornamentos, entre los que destaca un magnífico ostensorio de plata y marfil. Me he perdido por sus viejas callejas como un templario más de los que asistían a sus Iglesias, me he quedado petrificado como el mausoleo de Beatriz de Portugal en el Convento del Spiriti Sancti y he pegado tragos a los famosos vinos de la localidad con vistas a su Plaza Mayor.


Y ya en Zamora, he gozado con la estancia en el magnífico y bello palacio de los Alba de Aliste, testigo mudo del paso del tiempo, de sueños de nobles y cortesanos, testigo de opulencia y humildad. He paseado por sus coquetas callejuelas y me he impregnado de la magnificencia y sobriedad de su arte románico. He oteado el horizonte por encima del Duero como un vigía más desde los restos de su castillo y he caido rendido a los pies de la belleza de su catedral. Fantástico el cimborrio, fantásticos sus tapices, fantástica su custodia procesional. Fantástica Zamora.


Ha sido un verdadero deleite. Un auténtico placer para todos los sentidos el saber que he tenido entre mis dedos parte de mi historia, parte de la historia. De esa misma historia, que a partir de este momento ya sólo podré recordar, pues como el agua, cuando intentas atraparla sólo consigues que se te escape de las manos.

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