miércoles, 8 de junio de 2011

Una de huevos





Hace tiempo que no aparezco por el taller. La última vez recuerdo, era cercano ya un domingo de ramos. Desde entonces muchas cosas. Desde entonces otra cosa.

Después corrieron los días haciendo ansiosa la espera. Pasaron semanas con la misma rapidez que lenta fue la espera. Hoy hace un mes. Hoy celebro una treintena de jornadas desde mi particular sábado de palmas y olivos. Y es que, cual esperada Diosa, no había otra forma de recibirla. Entre fiesta y jolgorio. Entre alegría contenida y emoción desbordada. Risas expresando felicidad, lágrimas que resumen la dicha.

Desde entonces y en tan poco tiempo, esta reina ya cuenta con una fiel infanteria veladora a capa y espada de su sabia inocencia. De centinelas que velan por la profundidad de su sueño. Por celosos guardianes que vigilan sus desvelos. Por inmaduros bufones que, con más voluntad que resultados, intentan convencerse de que la faz de su dueña refleja la risa de lo que ahora son tan sólo muecas. Por voluntariosos soldados que con el fusil del alma cumplen a rajatabla las ordenes que dicta su ahora pequeña y venerada superior. Por humildes vasallos y cortesanos que se postran a grandeza de su fragilidad. De aduladores que se pliegan y doblegan ante la belleza de su pequeña realeza.

Y es que el brillo de sus ojos y la refulgente luz que destilan es el antídoto a la nubosidad de la vida diaria. Rozar y acariciar su tersa y delicada piel es como pasear entre nubes de suave algodón. Escuchar su respiración, oir el gorgoteo y el gemir de su garganta es disfrutar de la más grandiosa de las sinfonías. Sentir su mano agarrada a la tuya es amarrarte a la vida de la vida. A la vida de tu vida. A la vida de su vida. La levedad de su llanto es palpar la puntiaguda desazón del puñal que traspasa. Lo que te separa de la nada. Lo que te aleja del todo. Nada hay pues nada existe. Sólo ella. Sólo mi ama. Unicamente mi dueña.

No. No se me ha ido la cabeza. No estoy delirando. No es demencia, o tal vez si. Sólo estoy aceptando lo llegado. Adaptándome a lo tantas veces profetizado. A lo que tanto y tantos me repitieron. Simplemente acabo de ser padre y cómo se puede suponer, ya estoy comiendo huevo.