lunes, 18 de octubre de 2010

Mina de hiel, mina de miel.







Fue la noticia de la semana. Copó las portadas de todos los diarios mundiales. No había emisora radiofónica que no tuviera enviado especial para cubrir el evento. No quedaba televisión sin cámara a la que acudir para ver las primeras imágenes del acontecimiento.

Según los datos, tras los lamentables ataques del 11-S, ha sido la emisión más seguida a través de los medios de comunicación. Ya saben a lo que me refiero. Al rescate de los mineros chilenos al cabo de 69 días atrapados a casi 700 metros de profundidad. La expectación levantada pués, no era para menos.

Todo empezó como un accidente, un derrumbe. Treinta y tres personas que quedan atrapadas por el mismo. Todo hacia presagiar un negro desenlace. Dificil empresa la de sobrevivir a las circunstancias que se habían dado. Sin embargo, y a contracorriente del oscuro augurio, lo que parecia una tragedia que poco a poco iba ir siendo retransmitida en vivo y en directo se tornó en expectación por lo que podría ser una misión imposible. Un rescate que devolviera a la luz a los que se habían quedado en las tinieblas.

A partir de ahí, y desde que se pudo contactar con los mineros y confirmar que se encontraban bien, todo el mundo empezó a confiar. Desde el primero hasta el último. Pero ellos, los atrapados los que más. Tiene que ser muy difícil describir todo lo sentido allá abajo. Uno de los minero lo resumió lapidariamente, viniendo a decir que allí abajo convivieron a ratos con Dios y a ratos con el diablo. Todo un ejemplo de comportamiento y disciplina. De compartir y de animarse. De ser capaces de darse fuerzas mutuamente y de respetar un orden establecido, una jerarquia a la que acudir en caso de conflicto. Un ejemplo no sólo de no caer en la desesperanza, sino de esperanzar a los que ansiosamente esperaban fuera y que tan mal lo estaban pasando. Un ejemplo de como saber convivir con los ángeles y los demonios que el ser humano guarda dentro de si. Un ejemplo de como arder en un infierno para alcanzar el cielo. Una lección magistral de entereza física y fortaleza psíquica. Es para venirse abajo. Para volverse loco.

Así tras la lentitud de las máquinas en pos de su empresa, llegó el día en el que se procedió al rescate de los atrapados. Alegría contenida. Estallido de júbilo con cada una de las treinta y tres apariciones por el estrecho tunel cavado para la salida.

Tan próclive que es el hombre para la batalla, no queda otra que separar a vencedores y vencidos. Está claro que ganó Chile, que ganó su presidente (Piñera, lección de cumplir con la palabra), ganaron la ingeniería y la técnica, ganaron las familias y ganaron los treinta y tres mineros atrapados y rescatados sanos y salvos. Por contra perdieron esos que abandonaron a los accidentados y a sus familias a su suerte, los que se desentendieron del asunto, esos que se han estado enriqueciendo con el trabajo realizado por los protagonistas de esta historia sin reparar en mejorar sus condiciones laborales y de seguridad. Que con su pan se coman todo lo que les venga.

Ahora los antes pobres y desahuciados mineros pasan a ser unos nuevo heroes. Les lloverán del cielo, de ese cielo que han logrado tocar de nuevo, regalos, viajes y dineros. Les caerá, no las malditas piedras de la mina San José, sino el peso de una fama que tal vez les permita sortear la vuelta a las profundidades de la Tierra. Y yo que me alegro, que tras tanto tiempo de desazón, luchando por picar las paredes de su interior para encontrar el ánimo y la esperanza, no está mal que puedan convertir su propia mina de hiel en una rica y lujosa mina de miel.

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