sábado, 3 de julio de 2010

Vergüenza torera.






Han pasado varias semanas desde que ocurríó. Las imágenes han dado la vuelta al mundo. Sin embargo, no me gustaría obviar el hecho. Para mi tras la aparente comicidad de la situación encuentro el poso de una reflexión un poco más profunda.

Cristian Hernández. El protagonista de lo sucedido. Hasta ese día novillero. Se dedicó en cuerpo y alma a su afición. Seguro que sacó horas de donde no había para entrenar. Sacó tiempo donde no existía para dedicarlas a su preparación. Aprovecho el parsimonioso pasar del tiempo para dedicarlo a la pulcritud y corrección de un toreo de salón. ¿Cuántos capotazos hecho sueños? ¿Cuántos muletazos de ilusión? ¿Cuántas estocadas dadas en recónditos pensamientos para llegar a la cima de un escalafón?. El arte del toreo como centro de su vida. Sólo el toreo. Toda su vida.

Tan sólo fueron unos segundos. Una rápida carrera. Una huida hacia adelante. Un instante de miedo. Un ataque de pánico. Terror y todo al traste. Toda lo vivido tirado por la borda. Sus ilusiones diluidas como azucar en agua. Sus sueños volando como pétalos al aire. Marchitos, quemados, sin aromas, sin futuro.

Después, recocimiento de lo vivido. No había tenido el valor suficiente para ejercer dignamente su profesión. No tuvo la valentía que se requiere para enfrentarse a su enemigo. Para retarse con el morlaco. Con el que te da y te quita en la profesión elegida. No esperó. ¿Para qué? Corte de coleta y cambio de tercio. A otra cosa mariposa. Otra vida. Una nueva.

Un tio digno. Honrado con los demás. Honesto consigo mismo. ¿Cómo seguir en una profesión en la que no ha tenido la más elemental de las aptitudes que se requieren para ejercerla? Ojalá cundiera su ejemplo. Ojalá aprendiera más de uno de su saber estar. De lo que significa la lealtad a su amor propio. ¿Cuántos personajes de los que nos mandan, ya sean políticos, sindicalistas, cargos sociales, religiosos, culturales o educativos, empresarios públicos o privados adolecen de las principales aptitudes para estar al frente de lo que manejan? ¿Cuántos corren delante del toro de su trabajo y lejos de optar por una salida digna se empecinan en seguir obcecados en sus errores? ¿Cuántos con sus actitudes no sólo se engañan a si mismos y sus principios sino al prójimo y su bienestar?

Pues eso, cuando no se está a la altura la mejor forma de arreglarlo es primero reconocerlo y después, si no se tienen los conocimientos suficientes, si surgen dudas sobre si seguir o no, lo mejor es dejar de torear. Dejar de torearnos. Cortarse la coleta y sentarse a ver la corrida desde el tendido. Pero para eso deberían de aprender de Cristian y al menos tener vergüenza torera.

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